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Poemas dedicados por Pablo de Rokha


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WINETTGONÍA1

 

 

 
El hombre es cobarde, de padres y madres mortales engendro, atroz de índole y feroz de régimen, débil y astuto, y anda armado de hocico y chaleco de balas y categorías falsas, infeliz, duro como el mundo, solitario, vanidoso, decaído, ni bueno ni malo, ama la matanza y el poder público, guerrero de condición y soberbio de corazón, y yo soy toda la bestia humana, WINÈTT, porque lo más grande es pequeño como el todo.

Por eso lamento lo que debí no poder "recordar," haciendo el viaje enorme contigo, y siendo yo, recuerdo: como cualquiera y todo gran poeta, procreo con hechos, fantasmas.

Buscamos y lloramos la justificación tremenda de la vida, el amor infantil a la naturaleza, que es la gran araña embaucadora y descomunal, la voluptuosidad de la expresión congojosa, y acosados de sobresaltos y estupefacción, medio viviendo y medio muriendo, enarbolamos la espada desenvainada del coraje feroz de los moribundos, tirando tajos precarios a las tinieblas, que son andrajos guillotinados.

A la patada del sol contesta la sombra rugiendo.

Aquí estoy, Winétt, montado a caballo en mí mismo, oscuro y terroso de angustia, apellinado y enfurecido como madera hecha piedra, como bramido de toro herido barranca-abajo, como graznido de gran águila apuñalada por un recuerdo o el huracán en la palanca despedazada de la montaña, como quejido de cadáver pateado por "Dios"...

Como nos hallamos dramatizados, creemos que es misterio lo que no entendemos, y el objeto del conocimiento nos da tristeza y vergüenza, pena horrenda, seria, tremenda, universal, arrasadora desesperación que aúlla.

A estas alturas del dolor, no me es posible concebir como hombre tu partida irreparable, no entiendo y no abarco la dimensión espantosa del horror y del terror que sudo y echo por la boca, como un chorro de llanto y sangre de ciudades antiquísimas; sé que terribles rugen, resuellan siglos, gravitan mundos, naufragan sueños, por tu cara de diosa herida; y aunque mi rebenque de proletario de caballería, azota las cosas y la sociedad desintegrada, abajo, en lo sellado, subterráneo y categórico del ser, tú estás intacta, definitiva, eterna, con tu genio de alondra de la Humanidad, cantando en el árbol más alto de América tu canto de calandria.

Vago como macho obsesionado alrededor de cama de bodas.

Adentro de mi corazón te escucho llorar día y noche, y tu retrato se me ve en la cara marchita y heroica, como un enorme bien perdido; rota la lira antigua del montañés marino, licantenino, toco un acordeón negro; un gran crepúsculo amarillo, de infinito resplandor, me envuelve como una bandera roja y un gemido de mástiles tronchados; el llanto de la tórtola en el saucedal, se escucha en mis dominios irreparables; todo de luto como un ataúd, contemplo los sucesos, como un lobo encarcelado las montañas de su país...

Como me voy ganando el pan a patadas con el destino entre pequeños comer- ciantes tremendos y obreros de sudor, un rincón de soledad es mi vihuela.

O estupefacto o acoquinado de ánimo, todo lo ando mirando como desde un mismo ángulo: tú; y nadie el lenguaje descomunal me entiende, encarnando el desterrado absoluto que regresa a la tierra de los mayores, cuando murieron todos sus parientes, y un perro aúlla en las casas vacías; todo solloza como atardeciendo.

Atrincherado a la espalda de la existencia contemplo los cielos lloviendo y los pueblos adentro del invierno, sin redención humana.

Los errores y las pasiones son esos murciélagos secos, colgados del gran parronal de la vida; únicamente tú, inmensa, te levantas en este balance atroz, en el cual todas las cosas tienen la dimensión de la muerte y un denominador común de ataúd azul en la conciencia; todo lo pasado, como la ráfaga de otoño de los tristes artistas o el trote enorme del jamelgo del Quijote, camina por un callejón sin salida; sólo lo remoto y categórico me rodea, lo fabuloso y lo estruendoso del funeral de los antepasados, y aún cuando yo soy el único, entre los grandes poetas de mi siglo, que agarra la realidad y la estruja en el puño, como a una naranja de acero o un racimo de uvas, adentro de la época, vivo lo vivo tremendo por ancho estado de alucinación, y el lenguaje me parece un puñado de larvas, mordiendo los pechos del sueño; resuena mi corazón, como un aldabón milenario en las tinieblas, estremeciendo los esqueletos y sus grandes arañas de musgo; pero, de adentro del lamento sale la vida escrita ardiendo, porque la muerte es un vivir oscuro y colosal, y el pabellón de fuego del doble lenguaje contradictorio, que estalla organizado en las trincheras; voy camino de ti, tierra-abajo, y lo acepto; tranqueo los padecimientos, como un peón nacional de la literatura, y me arrojo a la condición aventurera de frecuentar los viejos caminos de Chile, abrazado y agarrado a tu recuerdo incomparable, como la única y última tabla de salvación del náufrago; lo horrendo burgués de la miseria, y el asesinato del conciudadano en andrajos, condecoran mi gran bandera enlutada.

La peripecia vital da el coloso del vocabulario y el lenguaje a la epopeya social, y en la fijación eterna de la anécdota, relampaguea: voy cruzando serranías de Nahuelbuta, y el lago Lanalhue no daba más naranjas de eternidad que tus dos ojos oscuros, cuando lo miraron conmigo antaño, el hotel de Traiguén, enarbolando sus mástiles huracanados crujía en sus maderas de crucificado en tu recuerdo, y el puñado de sol y lluvias de Contulmo, flor de ulmo del Contulmo en miel libado, en trigales y panales configurándote, tallaba tu retrato floral de adolescente... cuando tú "eras como las manzanas."

Escarba la nada preñada del dolor los siglos, tal como hiena su presa, con tu recuerdo inmortal adentro del vientre, y una gran lágrima grita en el ojo del mundo, porque a la caída del sol, todas las batallas van perdidas; dramáticamente se repite la historia de la Humanidad en los sepulcros, y el gallo alegre del amanecer, no cantará debajo del atardecer de los villorrios acongojados por el polvo de los caminos, porque lo irán a degollar sus amos en lo más alto y ancho del alto y ancho canto, y caerá lo mismo que tú caíste, entre plumas de sangre, huracanadas; así vivimos y así morimos, estrellándonos contra la sombra remota que emerge desde nosotros mismos, llorando; la terrible verdad nos cierra la boca desde que nacemos, y el niño arrastra al hombre vencido por el infinito en el nido del poblador, que también es ceniza y llanto, y si es indiscutible que asoma una gran aurora roja en las trompetas y las banderas de la tierra, la criatura humana ha sufrido tanto, porque tanto ha querido, que va a humear el pan de las nuevas hornadas, y el Universo estará hambriento y gimiendo sin luz, entre los astros quebrados de soledad, con los inmensos frutos cayendo en los abismos, hasta que las nuevas épocas le den sentido a la alegría humana; hijo del pueblo, criado con llanto o mamando leche de sangre, caballero-proletario, provincial e ilimitado como tú, tengo los huesos con moho arcaico encima, como las penas y las tumbas; viajeros sin remedio ni brújula, vayamos por donde vayamos, eternamente juntos y eternamente solos, errados, equivocados o coronados de victorias, la partida definitiva llegará y tal como te vi marcharte, retorciéndome y corroyéndome, con la vergüenza varonil de no poder en el instante irreparable, hacer nada por ti, vencida, porque el hombre apenas si aguanta su miseria a las espaldas, seguramente, mañana me van a arrojar un puñado de llanto quemado o un escupo, y ni siquiera voy a poder alcanzar a golpear bramando, la puerta de las tinieblas en las que ahora, sola, reposas; cargando su ración de padecimientos, parte el pobre ser creyendo que camina, y el punto de partida es absolutamente, el de llegada...

Como sombras solas, como olas rotas, pasamos, o como el eco del huracán en las lagunas, y al estallar en las riberas del tiempo, resta la queja, apenas, de la criatura inmortal que se derrumba; siento que muerdo ceniza y sangre humana, y mi actitud es un tigre que se devora a sí mismo, un chacal que se muerde las propias vísceras, entre fogatas verdes y aullidos, un león furioso y tremendo que se corta la lengua con las garras; indiferente a la catástrofe universal, el patíbulo del espíritu levanta las horcas del sujeto de adentro, y teniendo un pan, es hambriento.

Nada la nada en la nada, y la sombra inflama la llamarada de existir, retratándose en el milagro fluvial de los antiguos mitos; nosotros fuimos felices un día y hoy únicamente soy el desventurado mayor de mi patria; huyó la juventud, a la manera de los pájaros, cuando el cazador de gran mandíbula de psicópata, les dispara con fuego ardiendo, porque todas las formas reposan en el asesinato de todas las formas, y en este presente mortal, las visagras enmohecidas del espinazo dan chirridos de otoño muy maduro, y crujen las maderas apolilladas, en un crepúsculo de murciélago de atardecer atónito; transida está mi alma y sola, como un arriero sin ganado en la pampa tronchada, como un águila sin cabeza y con corona, como un glorioso lago del Sur que, únicamente, refleja la belleza pisoteada; tartamudeo, la videncia me desobedece, y el varón nacional de pelo en pecho va a apoyar la cabeza sobre la montura, como los furiosos conquistadores, y, besando la cruz de la espada, morirá escribiendo tu nombre con sangre de las arterias, en las arenas aventureras; porque el hombre cae donde cae el hombre y cuando el hombre es hombre hombre, allí en el abismo justo y recto, en el cual se le derrumba la cabalgadura se derrumba él, porque la estrella que lo guiaba ha desaparecido.

Evoco las anchas fogatas de antaño, y la quemazón geológica, a fin de abrigar mi soledad, en tan enorme tiempo de luto.

Entre milenios y vestiglos, tropieza la naturaleza, dando grandes tumbos, sembrada de huesos de muertos y de procesos de civilizaciones caídas y el oleaje tremante se repite: baja la savia a las tinieblas y el castaño toma el color doloroso del sarmiento o del recuerdo y cuando estalla, el mundo derrama una y sola gran flor de durazno en el septiembre nacional, como un verso bien hecho madura la sandía de enero, el galope civil de los jinetes de Chile resuena y desde las eras o las playas o las huertas, el polvo de oro remoto de las carreteras se levanta sobre los caballos y el otoño trae su violín quebrado y cargado de viudas y hojas caídas en su carruaje negro; gravitan sobre el hombre, los errores y las virtudes; que son errores en potencia, y, el hombre, como hombre, errando entre dioses pisoteados, araña lo irremediable, urgiendo en aquello que se fue para siempre, la condición de su destino; como la criatura oscila entre su conducta y su congoja, el universo se opone al individuo, y la personalidad despedazada o restalla o naufraga en la tragedia, en la cual yo, sin remedio, me debato, Winétt, narrando a las generaciones la vieja leyenda de improperios del sufrimiento humano, en la convicción categórica de que únicamente ha de conmover mi angustia, si el dolor les parece más hermoso precisamente por ser más profundo; definitivamente, como el último indio en la inmensidad de la eternidad de la pradera, tocando su trutruca, llorando, mientras gotea la gotera en el invierno de andrajos de la araucanía, soy un condenado a ser fusilado por mi propio revólver y un pálido animal trágico; envejecemos no sabiendo ni cómo ni cuándo vivimos, un hachero inmortal derrumba grandes y obscuros robles, en todo lo hondo de la majestad de la animalidad, y atónitos oímos el bramido del hacha, estremecidos u horrorizados, como escarabajos de espanto, mientras la abuela del sol cava un sepulcro de miseria para el planeta; y habrá de llegar el instante irreparable, en el que no querremos sacarmos los zapatos de desesperación, con llanto macabro, a fin de morirnos completamente vestidos, como marinos o soldados en la gran batalla.

Exactamente como los viejos carneros cuando los van a degollar en la inutilidad, balan a las majadas y pastos natales o los hermosos toros añosos contemplan con una gran lástima varonil, al buey castrado con el cual jugaron de jóvenes en lo profundo de las serranías y las cordilleras, enamorando las vacadas con el coraje descomunal, mi canto de macho anciano mira la vida a sus orillas y la deja clavada entre montañas, desesperadamente; la inútil heroicidad del gran poeta en un país tronchado, pateado, ensangrentado de arriba-abajo, y en el que los comandos del arte los tomaron los murciélagos del subterráneo, castiga mi corazón tremante adentro del mundo hambriento de pan y rol heroico; digo lo mismo que dijeron los muertos líderes y héroes, a la manera de mi época, contigo como destino y fin, y como Durante degli Allighieri escarba la Edad Media y acumulando pasiones y dolores, levanta con palabras, que son metáforas, el monumento celestial-funeral a la doncella de Portinari, con la cual dió el estilo a su siglo, yo expreso el resplandor sobrenatural de tu cariño en mi cariño, y el vocabulario se hace lenguaje popular y espectáculo o corazón de las masas humanas: estandarte de multitudes.

Porque es triste vivir cuando todas las brújulas están rotas, yo camino como un pabellón solo al cual la tempestad arroja contra las olas y contra las rocas de las heladas playas deshabitadas, que son muros obscuros que evolucionan, la poesía imperialista del ilustre y agreste esclavo T. S. Elliot domina el mundo, con el gran pirata Winston Churchill, biznieto del Malbourough, a caballo en el Premio Nobel de Literatura, el cual suspira de rodillas a los pies de un trono de barro, y la charada surrealista de Picasso, desnudándose, lanzando fuego macabro sobre la miseria de los pueblos repletos de horror ancestral, alimentándose con pánico, de la tónica genial del instante; torrencial y catastrófico, mi corazón se parece a Chile o a un acerbo can anciano, con una paloma muerta en el hocico; horrorosos paquidermos literarios, controlan la poesía oficial de la burguesía, y yo camino abandonado, sin fama y sin plata, empuñando una gran verdad ardida, como un rebenque de fierro y de llanto, cansado de ser humano, sub-humano, sobre-humano, agarrándome a la raíz popular de la especie, encadenado por padecimiento y conducta, con tu actitud como bandera, como fin, como substancia y voz de los huesos crujiendo; y un dolor colosal llena mi vida, por la cual se pasea el espectro del invierno de los cementerios, rugiendo un gran lamento; sé que es terrible ser el que posee lo que no posee y fue su tesoro popular, y, viviendo del pasado, el presente es siempre muriente y como de hondo otoño; por lo cual soy una gran sombra proterva acuchillada, sangrienta, que resume el dolor humano; se repiten y se confunden en tiempo-espacio las anchas mañanas del mundo con la monotonía épica de todas las formas, pero yo escarbo inmóvil, con relación a ti, la Eternidad y Hundido en la Eternidad de un sueño temible y categórico aúllo a la Eternidad de tu memoria, a plena conciencia de que tu cuerpo era tu alma, y de que cuando la realidad, reflejándose en la la divinidad de tu cerebro, respondía tu estructura heroica, como una gran respuesta de lo infinito, a una gran demanda de lo infinito universal, y lo infinito se elaboraba en ti, entonces tu espíritu fluía sus palomas a la oceanía del sol maravilloso, pero aquel eco naufragó contigo, sobreviviéndote en especie y género, toda la historia mortal del hombre; moriste y morimos los dos unidos, ya que ahora sólo reflota el cascarón de un barco enorme, al cual azotan y remolcan sin rumbo, a la deriva, todas las olas del dolor humano; y el antiguo y señero varón de las caballerías de antaño, es un anciano triste que camina sujetándose el eslabón del corazón, para que no se desgarre, de repente, la vieja cadena de la tierra, y nos circunde la soledad definitiva de una gran ausencia, que empieza alejándonos de las antiguas viñas del mundo; la desesperación obscura de no poder hablarte jamás, de no poder besarte jamás, me desgarra las entrañas a puñaladas y ando inmóvil, sin voluntad, retrocediendo sobre mí mismo, anudándome y enrollándome como un lazo de asesino; ¡qué enorme desolación, desolación enorme de haberte perdido, en el instante estelar del destino, a la hora inmensa y horrenda de los estilos definitivos; y ver tu cara y tu alma en hijas y tus nietas, en tus hijos y en tus nietos, reproduciéndose, como una paloma negra entre tambores tristes, a la caída de las hojas del gran crepúsculo!; retorno a aquella situación de conmoción interna que invadió mi corazón cuando te conocí antaño, y me ahoga la congoja; un ciprés colosal parezco, estremecido, deshecho, acorralado por el huracán de la vida, y actúo sin quererlo, muy cansado y muy desesperado, como llorando por adentro, como lloviendo en eternamente invierno, como mordiendo un cuchillo de fuego, como muriendo en lúgubre agonía, y afuera el sol estalla su pólvora de oro y la multitud ruge de hambre contra las murallas; sí, el infeliz contempla el resplandor de la dicha perdida como un pájaro muerto la extensión oceánica, en la que hizo antaño nido o el expatriado mira la laguna natal en su memoria; voy andando, seguramente, pero voy negando la necesidad social de andar, entre una gran ausencia de amor, pero de amor eterno, y cuyo tronco está solo, mordiendo el silencio en el desierto, en el cual hasta la sombra zozobra.

Hija de soldado, cantaban las dianas del "Séptimo de Línea" en el estupor de tu niñez boreal, como quien dice rugiente de espadas y panoplias de los viejos guerreros del pueblo, nieta de sabio, nieta de santo ateo, tu abuelo don Domingo Sánderson, de Escocia, mecía las categorías geniales de tu alma, y cuando tu padre entraba al crepúsculo militar del generalato en retiro, y tu madre al medallón, la figura grecorromana que heredaste de los antepasados vikingos, cruzados con pelasgos y algún centurión del Imperio, era la moneda de plata y oro del mito colosal de Hispanoamérica; amabas las masas humanas, la infancia desesperada en quebrazón de cristales, y la mujer encinta, y tenías, no compasión, sino misericordia del moribundo y del desgraciado, al cual cedías tu derecho; ajena a todo lo snob y lo prefabricado, a todo lo bobo y pleonástico, a todo lo sonoro, por desintegración de jerarquías y valoraciones, eras la hembra directa y sublime, que genera en lo cuotidiano: todo lo hermoso, todo lo popular, todo lo heroico, sublimando lo cuotidiano en lo cuotidiano; una especie pura de záfiro azul-pálido y trágico, era la piedra de tu voluntad; y fue un frenesí matemático tu belleza y tu conciencia, tan egregia la una como la otra y en la cual, simultáneamente, hablaban la tizona del español y el alfanje moro, un mismo lenguaje contradictorio y terrible, a la manera inmortal de la naturaleza, que posee una gran paloma blanca, y un águila, adentro del tremendo y colosal misterio; antiguas y obscuras tribulaciones de enormes tribus en migración, te forjaron y tú condensabas y expresabas la peripecia, la aventura, la epopeya de su vida: "gitana y señora" de condición, la burguesa crepuscularia de las negras épocas, ni se acercó a tu doncellez clásica y multitudinaria como de romance solo, porque tú fuiste la amada predestinada a la inmortalidad de los héroes, con tu actitud de racimo de tonadas.

En aquél entonces, no caminábamos recién casados, navegábamos, Curicó-abajo, a caballo, como cruzando el sol y la agua rotunda -"Pol" y "Lolot"- con el ala de mi chambergo de cuatrero de "Dios" y la literatura; se te caía la risa, como flor de durazno en el pocillo del cielo y el mundo estaba todo azul-celeste, en tu vestido; a la caída de la tarde, mi espuela de varón resonaría las antiguas casas de los antepasados, con el escándalo inmenso del amor, y el panteón de Licantén nos saludó con su pañuelo de crepúsculos...

Cruzando los pantanos del subterráneo nacional y el abismo de la época, la desintegración de la República me escupe sus anchos horrores; todo está como larvado y atravesado de espanto, el cobarde se entiende con el cobarde y vil, y quien posee un corazón podrido y afeminado y los lomos polvosos de gran miseria moral, a la manera de los ajusticiados de antaño o los confesionarios, se exhibe en la plaza pública, como ejemplar de hombre célebre, entre las gentes; horrendas culebras inmensas dan la bendición académica a la ciudadanía de Sodoma y Gomorra y forjan códigos con barro; tú, por adentro del mundo, con resplandor tremendo, caminas hecha historia y canto y 1a niña bonita de otrora se estabiliza medio a medio de lo eterno, porque la espantosa y colosal telaraña de horrores a la cual nos arrojó el suceder dramático y que parece ser el colchón de honor y la faz desorbitada de la nación herida, no muerde tu pie celeste; pero el viento sangriento que azota el enorme atardecer en la macabra encrucijada, cargado de alimañas y esperanzas descomunales, las arroja sobre nosotros, fuerte y oblicuo, por la espalda y huye ladrando, crepúsculo abajo; horriblemente me sorprende el mordisco del pariente, que emerge de entre frecuentes, tenebrosas, amarillas telarañas en las que un invierno colosal habita y un aldabón de portalón desvencijado relata la miseria del mundo y debo morderme la lengua furiosa, porque el pobre y obscuro carcamal deshecho, envilecido, adentro del charco familiar, lo consagró sola una gota de sangre terrible, mojando su vileza; o ando pisando el barro del pantano del anecdotario vecinal, o comiendo polvo de estrellas o como herido por tan gran puñalada, que han de cruzarse las espadas de los siglos en la meseta de mi calavera, sin dominar la querella inmortal que por ti le planteo a la nada; revolviendo milenios extranjeros, de entre deformes polvaredas, retorno a las vivencias del chamán cromagnon, fundador de religión y padre y madre de pueblos, y amontonando el leño del recuerdo a tu memoria, hago con espanto y llamas, la gran fogata funeral de las cavernas prehistóricas, a fin de que la especie entera se lamente conmigo, llorando el género humano, porque extravió la flor del porvenir; tiemblo por adentro del corazón de la literatura y restalla el mundo como vidrio roto.

Compararía a una bandada de queltehues, picoteando la aurora, nuestro querido y viejo hogar de antaño, a la guinda húmeda de amaneceres con rocío tu actitud, y a los veranos con pájaros ensangrentados de sol gozoso y racimos de uva partidos, a la tórtola gris de acero, que tajea, como espada la atmósfera sonora y copiosa, de luz inmarcecible o al clavel negro del pidén en los esteros, tu gran ternura melancólica; voy luchando con el animal del destino, mar afuera entre las quillas y las ruinas de los barcos náufragos, haciendo lo horrendo de morderme las entrañas para alimentarme; ¿quién me va a consolar jamás, cuando no quiero más que el ser irremediable, y extraer de él la substancia desesperada de la espantosa alegría estupenda de poder llorarte, construyendo un mo- numento al dolor humano, con sudor y terror acumulado?...

Pálidos como pájaros de abril, huyeron los días dichosos de antaño o lo mismo que cuando el cazador dispara a la bandada asesinándola, en ademán de criminal analfabeto, que degüella su familia, y todo ha quedado como si el Destino tronchase y barriese la tierra tremenda; y si gritara, como tú no escuchas, ¡qué extraño parecería clamando a la soledad, con estupor macabro!; cuando los dos éramos jóvenes, los dos éramos pobres y heroicos y tú eras tan linda como un nido de picaflor, la basura de la literatura se nos venía rugiendo encima con su alud sub-azul de degenerados precoces y terribles, con condecoración inferior, y el vecindario nacional provinciano, nos desconocía, bastaba un pez popular para la olla familiar, y alguna vez estuvo con nosotros, cuando la primavera oceánica de Valparaíso, rugía de amor y de pasión, desnuda, en la "Subida del Membrillo" y yo tallaba a "Suramérica," pero nos reíamos porque estábamos juntos en la gran soledad del mundo, o el crepúsculo universal de "La Cisterna" nos coronó de agrestes e ilustres laureles melancólicos, el eslabón sudado del trabajo y saboreamos, asada, la castaña en la chimenea familiar y el gran vino caliente de entre junio y julio, criando grandes artistas; voy a levantar un monumento de lágrimas, a la gran estatua mediterránea que te hiciste con tu vida y con tu obra, cantando en todo lo alto y lo ancho de la época, con tu voz de tórtola de oro, y me van a escuchar un milenio, como el último y el único de los enamorados; afuera está la tierra inmensa, aquí estoy yo contigo, aquí en este enorme "epicentro de tormenta," aquí, "parado, estupefacto," solo como toro, contra todas las cosas, diciendo lo mismo abajo, y diversificándome, como los poliedros del diamante, en las metáforas, presente, siempre presente, como el soldado de Pompeya, tallado en la eternidad, con la patada del terremoto en la boca; pero el pecho de la eternidad es inexorable.

Soy la voz y el resplandor de las muchedumbres, la verdad popular de las multitudes, el oleaje épico, formidable y contradictorio de las altas y anchas masas, y moriré solo, transformé el poder del pueblo, en verbo, en valores y categorías y moriré solo, fui el único que di lenguaje a mi época, haciendo mito del hecho y del sueño de los pueblos, y moriré solo, gran amiga mía; mi vecino habla mi lengua, y sin embargo, no me entiende, escucha mi actitud, aprieta mi mano acerba y soberbia de sencillez, como el lomo de un buey, acerca a su corazón el corazón que me está sobrando y es como si le hablasen desde la otra orilla del mundo un lenguaje que viene saliendo del infierno con la cabeza de Dios incendiándose, y soy yo mismo entonces, entonces soy yo mismo, quien emerge de su tumba y da gran espanto al ser humano, como sudando y llorando eternidades, y piedras de fuego, terroso, tenebroso, telarañoso, pues, indiscutiblemente, el finado soy yo, surgiendo de entre todas las tumbas, desde que moriste; sólo que como los monstruos antiquísimos, nos sumergiremos en la historia, nos haremos piedra, y saldremos a conquistar la antigua libertad perdida, cuando los paisanos contemporáneos, los antologistas castrados o degenerados y el crítico hermafrodita, no sean ni sombras errantes de los inmensos mundos poéticos que no tuvieron el coraje varonil de intuir contra sí mismos, cuando tú y yo cantando los forjábamos.

Es la época del robot infernal y las carnestolendas, el tiempo del miedo, la gran etapa negra del yoismo, del arribismo, del oportunismo en la que la araña metafísica le da baba mamaria al caracol, y un murciélago forja la trampa; el complejo de inferioridad y de resentimiento es la gran escala de sombra, por la cual los sapos hinchados, como prelados, ascienden y descienden solemnemente, acariciados por ambidextrados terribles y feroces, y rapaces crepuscularios que destilan la teoría en alambiques-recipientes, que eran obscuros y horrendos monarcas o dioses caídos en la domesticidad o el comercio de rameras; todo como roto por adentro, vacila en la nacionalidad, y bifrontes encapuchados van a fusilar a sus líderes, en función de que ellos precisamente fueron sus cómplices; pero la policía tenebrosamente internacional y espantosamente amarilla, chorreando sangre y muerte, muerte y sangre, sangre y muerte por el hocico de hiena, sonríe encima del horror del dolor del pavor del sudor del temor y se santigua, con todo lo helado del antiguo nazi, acumulando una gran patada en todas las bocas del sirviente que la babea sublimándola; entonces, los quiltros tiñosos que parecen sombras se arrojan contra los héroes, y por un héroe contra un héroe, una multitud turbia de guiñapos que escriben, se lanza a las cucharas, atropellándose; ha llegado el instante feroz del "mucho grande lloro," todas las tablas de salvación se han caído al abismo y sólo navega la doctrina en un mar de horrores descomunales, en el que aúllan horrendas cabezas cortadas, se desgarró el socavón de las lágrimas y hasta las panteras lloran; ¡oh! antiguo, acribillado corazón, ¡oh! amor sangrador y categórico, ¡oh! pasión-resplandor, apuntálame en tu recuerdo, como a un antiguo altar caído.

Poniendo en la pequeña empresa un coraje descomunal, tranqueo los pueblos acerbos con el afán tronador de reencontrarnos, y el ciudadano del vecindario comunal, departamental, antiquísimo, insurge de entre las ruinas heridas como un lagarto del pasado, porque a cuarenta años de distancia el corazón de Chile está marchito, y copretérito, está caído, como el antiguo zaguán de la casa de Talca y todo ser humano me parece extraño, a mí que soy quien entiende lo que no entiende el que no entiende; ¿todos están muertos? todos están muertos, y el muerto principal soy yo, yo mismo, íntegro, porque murió mi tiempo, cuando murió mi sueño y el objeto de mi vida, tú, LUISA ANABALON SÁNDERSON; ahora, la inmensa capital metropolitana del Gran Santiago, me parece un mar sin navíos, sin pájaros, sin viajeros, un mar sin mar, obscuro y desesperado, en el cual la miseria relampaguea en la oquedad, a la manera de las astillas de los barcos, lanzados contra los acantilados de las playas remotas del mundo; un aroma a bodega de hacienda de viuda, lejana, abandonada entre tinajas de antaño, asciende del país silvestre; y cuando yo ando, estoy seguro de despertar con las pisadas, las antiguas edades y los sepulcros viejos del pueblo, que no comió y murió luchando por la felicidad ajena.

Existo porque escribo recordándote, y como voy solo, disuelto en la multitud, la Humanidad me circunda; a la orilla del nombre que tú legaste a las generaciones, mi canto de macho silvestre, por los siglos de los siglos de los siglos, estará presentándote armas, a la espalda de tu figura, acompañándote en la orfandad oceánica de la materia, y aunque no me escuches, nos encontraremos en la historia; definitivamente unidos nos van a recordar, e inseparablemente, de tal manera categórica, que vamos a caminar juntos adentro del ser humano, surgiendo como una canción roja en los hogares a la salida del sol; seremos como potreros entrebolados en los que cantan las calandrias el gran poema del regadío, como olorosos hornos en donde se cuece el pan y el arrayán derrama su aroma a montaña de Chile, debajo del parrón sonoro, como el coche enorme tirado por caballos enjaezados a la moda antigua, como bodega con tinajas de fantasmas, en la cual resuena la voz inmensa de los antepasados, por adentro de las vasijas y la artesanía colosal de los toneles, como piño de yeguas y de potros que relinchan saboreando el agua de plata, como un bosque de boldos o de peumos, en donde zorzales y bandurrias o la lloiquita apuñalada, dan la sensación verde del régimen forestal de la República, como un grande navío triste, con velas azules y gigantes, blindado con oro y rojo de sol caído, como la vieja posada comunal, departamental, provincial, con comedor oceánico, rumoroso y poderos de tradición, y el cual olía a familia desaparecida, como el gas invernal del fin del siglo, como aquella gran carreta de las cosechas crujiendo Doñihue-adentro con viejos aperos de montaña, como la guitarra o la mediagua del olvido, por cuyo inmenso corazón camina la niña que falleció antaño y ogaño es un romance antiquísimo; el sueño del lenguaje como un ilustre toro, bramará por nosotros, sujetándonos a la historia del hombre con una gran cadena de fuego.

Monarca sin cabeza y con corona, un sapo rugiente y rojo afuera, negro por adentro de la egolatría, mañoso y famoso, capitanea la conspiración de los sub-hombres, con la panza ahíta por el comercio del infierno; llagada la condición humana, el común denominador social de la literatura se arrastra como un cerdo en su pantano; Chile está triste, desintegrándose en quemante y flagrante estupefacción, y aquellos enormes demonios que empujan la patria rajada al abismo, arrastran la carcajada como un ponche terroso y crepuscular, a todo lo largo y lo ancho de la historia republicana.

De tumbo en tumbo va el dolor rodando nación abajo, entrechocándose contra la memoria de sus mártires asesinando pueblo asesinado y enormes capitanías, y prefabricando fantasmas a los que convierte en palancas y en estatuas que se están pudriendo en los caminos, y el que nació con vocación de campeón, es vejado, calumniado, encadenado por la guillotina de las minorías, que conspiran contra los líderes y los héroes, todos infinitamente solos; debajo voy sudando sangre, actuando con el frenesí atroz de los desesperados, sin perseguir nunca sino sombra, es decir, a la carrera desaforada por la libertad definitiva, y no obstante enfurecido por andar vecino el invierno total de la vida; se desgasta la pena, el corazón, la vida y los zapatos, el esqueleto y el pensamiento, todo es viejo en mi alma y la aflicción copretérita, la majestad subterránea del ser consciente, lo arcaico catastrófico me persigue por adentro subrepticiamente, clandestinamente, tenebrosamente encadenado a la tragedia nacional, en la tremenda obscuridad que relampaguea sin interferencias, abierta como el hocico de un león herido en los desiertos, y nunca más nada me ha de suceder en el amor, ¡oh! esposa y amante; voy andando como quien escucha desde la otra orilla del mar un canto muy hermoso y muy antiguo, que remece las montañas con furor, y sin embargo es lacustre e imponderable como un pecho de paloma; la verdad colosal de tu figura se parece a una encina o a una higuera de oro, y aunque siento rugir tu corazón entre las grandes estatuas del mundo, y eres una madre universal, tu voz de niña da la tónica color violeta, color ciruela, color botella, y cantan las tórtolas del sol en el filo de las espadas; una gran orquesta mundial rodea tu sepulcro, envenenado de angustia, siento como hueso su enorme canto material, y me enrollo de dolor para dar un salto en la nada; escritor acosado e iracundo, poeta con solvencia de eternidad en lo heterogéneo del ser, fiera sin patria, no comprendo cómo comprendo con tu ausencia a cuestas como un muerto, cómo ando ni cómo hablo después de haber caído al abismo contigo el estilo y el destino físico de mi espíritu, todo mi cuerpo, que es toda mi alma, a espaldas de la tierra vacía, y acepto que pensaré únicamente escribiendo mi testamento; tal situación es indescriptible como el mundo, y a la manera del filo de la navaja divide dos edades y dos ámbitos, a cuya orilla aguijonea la muerte y la muerte ocupa los dos extremos, todo y solo la muerte; a cada palabra le responde un eco inútil, y se me enreda la lengua atropellándome el lenguaje como un piño de toros que viniesen derrumbándose, poniente-adentro, con los vestigios de la humanidad entre las patas, mordiendo el sangriento arenal de un universo sin salida; y cuando voy tallando cantos de cuero de diablo, por desesperación y régimen, me piden copihues de sol las hienas risueñas de la literatura.

A la orilla del mar de la hemiplegia y el infarto-cardíaco nacional, abro los brazos llorando y estrecho vacío inmenso; actúe como actúe, mi barco irá a naufragar lo mismo y caerá de pie o hecho pedazos, de rodillas ante tu recuerdo, por cualquier camino que vaya, porque no hago, andando, otra ninguna cosa sino avanzar hacia la tumba; se nace, se sufre, se muere y como soy ya como añoso naranjo de provincia, toda ilusión está perdida y todo pabellón roto y pisoteado; aquellas hermosas muchachas que parecían la pajarería otoñal a la orilla de tu juventud melancólica de niña-genio, son apenas hoy polvorientas y desplumadas señoritas de tristes romances, abuelas de ausencia y pretericiones, con muchos difuntos en la cara y toda una gran época despedazada en el corazón habitado por pájaros muertos, mujeres de antes, ya heridas por tantos espantos con años helados y crepusculosos, y es exactamente lo mismo que, idos parientes y recordaciones, arribar a alojar a la soledad de la aldea natal en la que el único amigo es el último murciélago del panteón, porque todas las formas de la vida, vividas fueron; adiós en este instante, WINÉTT querida, adiós, por el momento, adiós a la manera de aquéllos que partían a la guerra y al retornar venían transformándose en religiones...

 

 

1 Tercera parte (III) del poema "La gran congoja o el lenguaje inexorable," en: Pablo de Rokha, Idioma del mundo, Santiago: Multitud, 1958, p. 75-87.