WINETTGONÍA1
El hombre es cobarde, de padres y madres mortales engendro, atroz de índole
y feroz de régimen, débil y astuto,
y anda armado de hocico y chaleco de balas y categorías falsas, infeliz, duro como el mundo, solitario,
vanidoso, decaído,
ni bueno
ni malo, ama la matanza y el poder público, guerrero de condición
y soberbio de corazón, y yo soy toda la bestia humana,
WINÈTT, porque lo más grande es pequeño
como
el todo.
Por eso lamento
lo que debí no poder "recordar," haciendo
el viaje enorme contigo, y siendo yo, recuerdo: como cualquiera
y todo gran poeta, procreo con hechos, fantasmas.
Buscamos y lloramos la justificación tremenda de la vida, el amor infantil
a la naturaleza, que es la gran araña embaucadora y descomunal, la voluptuosidad de la
expresión congojosa,
y acosados de sobresaltos y estupefacción, medio viviendo y medio muriendo, enarbolamos la espada desenvainada del coraje feroz de los moribundos,
tirando tajos precarios a las tinieblas,
que son andrajos guillotinados.
A la patada del sol contesta
la sombra rugiendo.
Aquí estoy, Winétt, montado a caballo
en mí mismo, oscuro y terroso de angustia, apellinado y enfurecido como madera hecha piedra, como bramido de toro
herido barranca-abajo, como graznido de gran águila apuñalada por un recuerdo o el huracán en la palanca despedazada de la montaña, como quejido de cadáver pateado
por
"Dios"...
Como nos hallamos dramatizados, creemos que es misterio lo que no entendemos,
y el objeto del conocimiento nos da tristeza y vergüenza, pena horrenda, seria,
tremenda, universal, arrasadora
desesperación que aúlla.
A estas alturas
del dolor, no me es posible
concebir como hombre tu partida irreparable, no entiendo y no abarco la dimensión
espantosa del horror y del terror que sudo y echo por la boca, como un chorro de llanto y sangre de ciudades antiquísimas;
sé que terribles rugen, resuellan siglos, gravitan mundos, naufragan sueños, por tu
cara
de diosa herida; y aunque mi rebenque de proletario de caballería, azota las cosas
y la sociedad desintegrada, abajo, en lo sellado, subterráneo y categórico
del ser, tú estás intacta,
definitiva, eterna,
con tu genio de alondra
de la Humanidad,
cantando
en el árbol más alto de América tu canto de calandria.
Vago como macho obsesionado alrededor de cama de bodas.
Adentro de mi corazón te escucho llorar día y noche, y tu retrato se me ve en
la cara marchita y heroica, como un enorme bien perdido; rota la lira antigua del
montañés marino, licantenino, toco un acordeón negro; un gran crepúsculo
amarillo,
de infinito resplandor, me envuelve como una bandera roja y un gemido de mástiles tronchados; el llanto de la tórtola en el saucedal, se escucha en mis dominios irreparables; todo de luto como un ataúd, contemplo los sucesos, como un lobo encarcelado
las montañas de su país...
Como me voy ganando el pan a patadas con el destino entre pequeños
comer- ciantes tremendos y obreros de sudor, un rincón de soledad es mi vihuela.
O estupefacto o acoquinado
de ánimo, todo lo ando mirando como desde un
mismo ángulo: tú; y nadie el lenguaje
descomunal me entiende, encarnando el desterrado absoluto que regresa a la tierra de los mayores, cuando murieron todos sus
parientes, y un perro aúlla en las casas vacías; todo solloza como atardeciendo.
Atrincherado a la espalda de la existencia contemplo los cielos lloviendo y los
pueblos adentro del invierno,
sin redención
humana.
Los errores y las pasiones son esos murciélagos secos, colgados del gran parronal
de la vida; únicamente tú, inmensa,
te levantas
en este
balance atroz, en
el cual
todas
las cosas tienen la dimensión
de la muerte y un denominador común de ataúd azul en
la conciencia; todo lo
pasado, como la ráfaga de
otoño de los tristes artistas
o el trote enorme del jamelgo del Quijote, camina por un callejón sin salida; sólo lo remoto y categórico me rodea, lo fabuloso
y lo estruendoso del funeral de los antepasados, y aún cuando yo soy el único, entre los grandes poetas de mi siglo, que agarra la realidad y
la estruja en el puño, como a una naranja de acero o un racimo de uvas, adentro de
la época, vivo lo vivo tremendo por ancho estado de alucinación, y el lenguaje
me parece un puñado de larvas, mordiendo los pechos del sueño; resuena mi corazón,
como
un aldabón milenario en las tinieblas, estremeciendo
los esqueletos y sus grandes arañas de musgo; pero, de adentro del lamento sale la vida escrita ardiendo, porque
la muerte es un vivir oscuro y colosal, y el pabellón
de fuego del doble lenguaje
contradictorio, que estalla organizado
en las trincheras; voy camino de ti, tierra-abajo, y
lo acepto; tranqueo los padecimientos, como un peón nacional de la literatura, y me arrojo a la condición
aventurera de frecuentar los viejos caminos de Chile, abrazado
y agarrado a tu recuerdo incomparable, como la única y última tabla de salvación del náufrago; lo horrendo burgués de la miseria, y el asesinato
del conciudadano en
andrajos, condecoran mi gran bandera enlutada.
La peripecia vital da el coloso del vocabulario
y el lenguaje a la epopeya social, y
en la fijación eterna de la anécdota, relampaguea: voy cruzando serranías de Nahuelbuta, y el lago Lanalhue no
daba más naranjas de eternidad
que tus
dos ojos
oscuros,
cuando lo miraron conmigo antaño, el hotel de Traiguén, enarbolando sus mástiles
huracanados crujía
en
sus
maderas
de
crucificado en tu recuerdo, y
el
puñado
de
sol y lluvias de Contulmo, flor de ulmo del Contulmo en miel libado, en trigales
y panales configurándote, tallaba tu retrato floral de adolescente... cuando tú "eras como las manzanas."
Escarba la nada preñada del dolor los siglos,
tal como hiena su
presa,
con tu
recuerdo inmortal adentro del vientre, y una gran lágrima grita en el ojo del mundo, porque a la caída del sol, todas las batallas van perdidas; dramáticamente se repite la historia de la Humanidad
en los sepulcros, y el gallo alegre del amanecer, no cantará debajo del atardecer de los villorrios
acongojados por el polvo de los caminos,
porque
lo irán a degollar sus amos en lo más alto y ancho del alto y ancho canto, y caerá lo mismo que tú caíste, entre plumas de sangre, huracanadas; así vivimos y así morimos, estrellándonos contra la sombra remota que emerge desde nosotros mismos, llorando;
la terrible verdad nos cierra la boca desde que nacemos, y el niño arrastra al hombre
vencido por el infinito en el nido del poblador, que también es ceniza y llanto, y si
es indiscutible que asoma una gran aurora roja en las trompetas y las banderas
de
la tierra, la criatura humana ha sufrido tanto, porque tanto ha querido, que va a
humear el pan de las nuevas hornadas, y el Universo estará hambriento y gimiendo sin luz, entre los astros quebrados
de soledad, con los inmensos frutos cayendo en
los abismos, hasta que las nuevas épocas le den sentido a la alegría humana; hijo del
pueblo, criado con llanto o mamando
leche de sangre, caballero-proletario,
provincial
e ilimitado como tú, tengo los huesos con moho arcaico encima, como las penas y las tumbas; viajeros sin remedio ni brújula, vayamos por donde vayamos, eternamente juntos y eternamente solos, errados,
equivocados o coronados
de victorias,
la partida
definitiva llegará y tal como te vi marcharte, retorciéndome
y corroyéndome, con la
vergüenza varonil de no poder en el instante
irreparable, hacer nada por ti, vencida, porque el hombre apenas si aguanta su miseria a las espaldas, seguramente, mañana
me
van a arrojar un puñado de llanto quemado o un escupo, y ni siquiera voy a poder
alcanzar a golpear bramando,
la puerta de las tinieblas en las que ahora, sola, reposas; cargando su ración de padecimientos, parte el pobre ser creyendo que camina, y el
punto de partida es absolutamente, el de llegada...
Como sombras solas, como olas rotas, pasamos, o como el eco del huracán en
las
lagunas, y al estallar
en las riberas del tiempo, resta la queja, apenas,
de la criatura
inmortal que se derrumba; siento que muerdo ceniza y sangre humana, y mi actitud
es un tigre que se devora a sí mismo, un chacal que se muerde las propias vísceras,
entre fogatas verdes y aullidos,
un león furioso y tremendo que se corta la lengua con las garras; indiferente a la catástrofe universal, el patíbulo
del espíritu levanta las
horcas del sujeto de adentro, y teniendo un pan, es hambriento.
Nada la nada en la nada, y la sombra inflama la llamarada de existir, retratándose en
el milagro fluvial de los antiguos
mitos; nosotros fuimos felices
un día y hoy únicamente
soy el desventurado
mayor de mi patria;
huyó la juventud, a la manera de los pájaros, cuando el cazador de gran mandíbula de psicópata, les dispara con fuego ardiendo, porque
todas las formas reposan en el asesinato de todas las formas, y en este presente mortal,
las visagras
enmohecidas del espinazo dan chirridos de otoño muy maduro, y crujen las maderas apolilladas, en un crepúsculo de murciélago de atardecer
atónito; transida está
mi alma y sola,
como un arriero sin ganado en la pampa
tronchada, como un águila
sin cabeza y con corona, como un glorioso lago del Sur que, únicamente, refleja la belleza pisoteada; tartamudeo, la videncia me desobedece, y el varón nacional
de pelo en pecho
va a apoyar la cabeza sobre la montura,
como los furiosos
conquistadores, y, besando
la cruz de la espada,
morirá escribiendo tu nombre con sangre de las arterias, en las arenas
aventureras; porque el hombre cae donde cae el hombre y cuando el hombre es hombre
hombre, allí en el abismo justo y recto, en el cual se le derrumba la cabalgadura se derrumba él, porque la estrella que lo
guiaba ha desaparecido.
Evoco
las anchas
fogatas de antaño, y la quemazón
geológica, a fin de abrigar mi
soledad, en tan enorme tiempo de luto.
Entre milenios
y vestiglos, tropieza la naturaleza, dando grandes tumbos, sembrada
de huesos de muertos y de procesos de civilizaciones caídas y el oleaje tremante se repite: baja la savia a las tinieblas y el castaño toma el color doloroso del sarmiento
o del recuerdo y cuando estalla, el mundo derrama una y sola gran flor de durazno
en el septiembre nacional,
como un verso bien hecho madura la sandía de enero, el galope civil de los jinetes de Chile resuena y desde las eras o las playas o las huertas,
el polvo de oro remoto de las carreteras se levanta sobre los caballos
y el otoño trae
su violín quebrado y cargado de viudas y hojas caídas en su carruaje negro; gravitan sobre el hombre, los errores y las virtudes; que son errores en potencia, y, el hombre,
como
hombre, errando entre dioses pisoteados, araña lo irremediable, urgiendo en
aquello que se fue para siempre, la condición de su destino; como la criatura oscila
entre su conducta y su congoja,
el universo se opone al individuo, y la personalidad despedazada o restalla o naufraga
en la tragedia, en la cual yo, sin remedio, me debato, Winétt, narrando a las generaciones la vieja leyenda de improperios del sufrimiento
humano, en la convicción categórica de que únicamente ha de conmover mi angustia,
si el dolor les parece más hermoso precisamente
por ser más profundo; definitivamente, como el último indio en la inmensidad de la eternidad de la pradera, tocando su
trutruca, llorando,
mientras gotea la gotera en el invierno de andrajos de la araucanía,
soy un condenado a ser fusilado por mi propio revólver y un pálido animal trágico; envejecemos no sabiendo ni cómo ni cuándo vivimos, un hachero inmortal derrumba grandes y obscuros robles, en todo lo hondo de la majestad de la animalidad, y atónitos oímos el
bramido del hacha, estremecidos u horrorizados, como
escarabajos
de espanto, mientras la abuela del sol cava un sepulcro de miseria para el planeta; y habrá de llegar el instante irreparable, en el que no querremos sacarmos los zapatos
de desesperación, con llanto macabro, a fin de morirnos
completamente vestidos, como marinos o soldados
en la gran batalla.
Exactamente como los viejos carneros cuando los van a degollar
en la inutilidad,
balan a las majadas
y pastos natales
o los hermosos
toros añosos contemplan con una
gran
lástima varonil, al buey castrado
con el cual jugaron de jóvenes en lo profundo
de
las serranías y las cordilleras, enamorando las vacadas
con el coraje descomunal, mi canto
de macho
anciano mira la vida a sus orillas
y la deja clavada entre montañas, desesperadamente; la inútil heroicidad
del gran poeta
en un país tronchado,
pateado, ensangrentado de arriba-abajo, y en el que los comandos
del arte los tomaron los murciélagos
del subterráneo, castiga mi corazón tremante adentro del mundo hambriento
de pan y rol heroico; digo lo mismo
que dijeron los muertos líderes y héroes, a la manera de mi época, contigo como destino y fin, y como Durante degli Allighieri escarba la Edad Media y acumulando pasiones y dolores, levanta con palabras, que son metáforas, el monumento celestial-funeral a la doncella
de Portinari, con la cual dió el estilo a su siglo, yo expreso
el resplandor sobrenatural de tu cariño en mi cariño, y el vocabulario se hace lenguaje popular y espectáculo o corazón de
las masas humanas: estandarte de multitudes.
Porque es triste vivir cuando todas las brújulas están rotas,
yo
camino
como
un pabellón solo al cual la tempestad
arroja contra las olas y contra las rocas de las
heladas playas deshabitadas,
que
son
muros
obscuros
que
evolucionan,
la
poesía
imperialista del ilustre y agreste esclavo T. S. Elliot domina el mundo, con el gran
pirata Winston Churchill, biznieto del Malbourough, a caballo en el Premio Nobel
de Literatura, el cual suspira de rodillas a los pies de un trono de barro, y la charada surrealista de Picasso, desnudándose, lanzando fuego macabro sobre la miseria de los
pueblos repletos de horror ancestral,
alimentándose con pánico, de la tónica genial
del instante;
torrencial y catastrófico, mi
corazón se parece
a Chile o a un acerbo can anciano, con una paloma muerta en el hocico; horrorosos paquidermos literarios,
controlan la poesía oficial de la burguesía, y yo camino abandonado, sin fama y sin plata, empuñando una gran verdad ardida, como un rebenque de fierro y de llanto,
cansado de ser humano, sub-humano, sobre-humano, agarrándome a la raíz popular
de la especie, encadenado por padecimiento y conducta,
con tu actitud como bandera,
como
fin, como substancia y voz de los huesos crujiendo; y un dolor colosal llena
mi vida, por la cual se pasea el espectro del invierno de los cementerios, rugiendo
un gran lamento; sé que es terrible ser el que posee lo que no posee y fue su tesoro
popular, y, viviendo
del pasado, el presente es siempre muriente
y como de hondo otoño;
por lo
cual soy una gran
sombra proterva acuchillada,
sangrienta, que resume
el dolor humano; se repiten y se confunden
en tiempo-espacio las anchas mañanas
del
mundo con la monotonía épica de todas las formas, pero yo escarbo
inmóvil, con relación a ti, la Eternidad y Hundido en la Eternidad
de un sueño temible y categórico aúllo a la Eternidad de tu memoria, a plena conciencia
de que tu cuerpo
era
tu alma, y de que cuando la realidad, reflejándose en la la divinidad de tu cerebro,
respondía tu estructura heroica, como una gran respuesta de lo infinito, a una gran demanda de lo infinito universal, y lo infinito se elaboraba
en ti, entonces tu espíritu
fluía sus palomas a la oceanía del sol maravilloso, pero aquel eco naufragó contigo,
sobreviviéndote en especie y género, toda la historia
mortal del hombre; moriste y morimos los dos unidos, ya que ahora sólo reflota el cascarón de un barco enorme, al
cual
azotan y remolcan sin rumbo, a la deriva, todas las olas del dolor humano; y el antiguo y señero varón de las caballerías de antaño, es un anciano triste que camina
sujetándose el eslabón del corazón, para que no se desgarre, de repente, la vieja cadena
de la tierra, y nos circunde la soledad definitiva de una gran ausencia, que empieza
alejándonos de las antiguas viñas del mundo; la desesperación obscura de no poder
hablarte jamás, de no poder besarte jamás, me desgarra las entrañas a puñaladas
y ando inmóvil, sin voluntad,
retrocediendo
sobre mí mismo, anudándome
y enrollándome
como un lazo de asesino;
¡qué enorme desolación, desolación enorme de
haberte perdido, en el instante estelar del destino, a la hora inmensa y horrenda de
los estilos definitivos; y ver tu cara y tu alma en hijas y tus nietas, en tus hijos y en tus nietos, reproduciéndose, como una paloma negra entre tambores tristes,
a la caída
de las hojas del gran crepúsculo!;
retorno a aquella situación de conmoción interna
que
invadió mi corazón cuando te conocí antaño, y me ahoga la congoja;
un ciprés colosal parezco,
estremecido, deshecho,
acorralado por el huracán de
la vida,
y actúo sin quererlo, muy cansado
y muy desesperado, como llorando por adentro, como
lloviendo
en
eternamente
invierno,
como
mordiendo un cuchillo de fuego, como muriendo en lúgubre agonía, y afuera el sol estalla su pólvora de oro y la multitud
ruge de hambre contra las murallas;
sí, el infeliz contempla el resplandor
de la dicha
perdida como un pájaro muerto la extensión
oceánica, en la que hizo antaño nido o
el expatriado
mira la laguna natal en su memoria; voy andando, seguramente, pero voy negando la necesidad
social de andar, entre una gran ausencia de amor, pero de
amor
eterno, y cuyo tronco está solo, mordiendo el silencio
en el desierto, en el cual
hasta la sombra zozobra.
Hija de soldado,
cantaban las dianas del "Séptimo de Línea" en el estupor de tu niñez boreal, como quien dice rugiente de espadas y panoplias
de los viejos guerreros
del
pueblo, nieta de sabio, nieta de santo ateo, tu abuelo don Domingo Sánderson, de
Escocia, mecía las categorías geniales de tu alma, y cuando tu padre entraba al crepúsculo militar del generalato en retiro, y tu madre al medallón,
la figura grecorromana
que
heredaste de los antepasados
vikingos, cruzados con pelasgos y algún centurión
del Imperio, era la moneda de plata y oro del mito colosal de Hispanoamérica; amabas las
masas humanas, la infancia desesperada en quebrazón de cristales, y la mujer encinta,
y tenías, no compasión,
sino misericordia del moribundo
y del desgraciado, al cual
cedías tu derecho;
ajena a todo lo snob y lo
prefabricado, a todo lo bobo y pleonástico,
a todo lo sonoro, por desintegración de jerarquías y valoraciones, eras la hembra
directa y sublime, que genera en lo cuotidiano: todo lo hermoso, todo lo popular, todo lo heroico, sublimando lo cuotidiano en lo cuotidiano; una especie pura de záfiro
azul-pálido y trágico,
era la piedra de tu voluntad;
y fue un frenesí matemático
tu belleza y tu conciencia, tan egregia la una
como la otra y en la cual,
simultáneamente, hablaban la tizona del español y el alfanje moro, un mismo lenguaje contradictorio y
terrible, a la manera inmortal de la naturaleza, que posee una gran paloma blanca, y
un águila, adentro del tremendo y colosal
misterio; antiguas y obscuras
tribulaciones
de enormes tribus en migración,
te forjaron y tú condensabas y expresabas la peripecia, la aventura, la epopeya de su vida: "gitana y señora" de condición,
la burguesa crepuscularia de las negras épocas, ni se acercó a tu doncellez clásica y multitudinaria como de romance solo, porque tú fuiste la amada predestinada a la inmortalidad de
los héroes, con tu actitud de racimo de tonadas.
En aquél entonces,
no caminábamos recién casados,
navegábamos, Curicó-abajo,
a caballo,
como cruzando el sol y la agua rotunda -"Pol" y "Lolot"- con el ala de mi chambergo de cuatrero de "Dios" y la literatura; se te caía la risa, como flor de durazno
en el pocillo del cielo y el mundo estaba todo azul-celeste, en tu vestido; a la caída
de la tarde, mi espuela de varón resonaría las antiguas casas de los antepasados, con
el escándalo inmenso del amor, y el panteón de Licantén nos saludó con su pañuelo
de crepúsculos...
Cruzando los pantanos
del subterráneo nacional y el abismo de la época, la desintegración de la República
me escupe sus anchos horrores; todo está como larvado y atravesado
de espanto, el cobarde se entiende
con el cobarde y vil, y quien posee un corazón
podrido
y afeminado y los lomos polvosos de gran miseria moral, a la manera de los ajusticiados
de antaño o los confesionarios, se exhibe en la plaza pública, como ejemplar de hombre célebre, entre las gentes; horrendas culebras
inmensas dan la bendición académica
a la ciudadanía de Sodoma y Gomorra y forjan
códigos con barro; tú, por adentro del mundo, con resplandor tremendo, caminas
hecha historia y canto y 1a niña bonita de otrora se
estabiliza medio a medio de lo eterno,
porque la espantosa y colosal telaraña
de horrores
a la cual nos arrojó el suceder
dramático y que parece ser el colchón de honor y la faz desorbitada de la nación herida, no muerde tu pie celeste; pero el viento sangriento que azota el enorme atardecer en la macabra
encrucijada, cargado
de alimañas y esperanzas
descomunales, las arroja sobre nosotros, fuerte y oblicuo, por la espalda
y huye ladrando, crepúsculo
abajo; horriblemente me sorprende el mordisco del pariente, que emerge de entre frecuentes, tenebrosas, amarillas
telarañas en las que un invierno colosal
habita y
un aldabón de portalón desvencijado
relata la miseria del mundo y debo morderme la lengua
furiosa, porque el pobre y obscuro carcamal deshecho, envilecido, adentro del charco
familiar, lo consagró sola una gota de
sangre terrible, mojando su vileza; o ando pisando el barro del pantano
del anecdotario vecinal, o comiendo polvo de estrellas o
como herido por tan gran puñalada, que han de cruzarse las espadas de los siglos en la
meseta de mi calavera, sin dominar
la querella inmortal que por ti le planteo a la nada; revolviendo
milenios extranjeros, de entre deformes
polvaredas, retorno a las vivencias del
chamán cromagnon, fundador de religión
y padre y madre de pueblos, y amontonando
el leño del recuerdo a tu memoria,
hago con espanto
y llamas, la gran fogata
funeral de
las cavernas prehistóricas, a fin de que la especie entera se lamente
conmigo, llorando el género humano,
porque extravió la flor del porvenir; tiemblo por adentro del corazón
de la literatura y restalla
el mundo como vidrio roto.
Compararía a una bandada de queltehues, picoteando la aurora, nuestro querido y viejo
hogar de antaño,
a la guinda húmeda de amaneceres con rocío tu actitud, y a los veranos con pájaros ensangrentados
de sol gozoso y racimos de uva partidos, a la tórtola gris
de acero, que tajea,
como espada la atmósfera sonora
y copiosa, de luz inmarcecible
o al clavel negro del pidén en los esteros, tu gran ternura
melancólica; voy luchando
con
el animal del destino, mar afuera entre las quillas y las ruinas de los barcos náufragos,
haciendo lo horrendo de morderme
las entrañas para alimentarme; ¿quién
me va a consolar jamás, cuando no quiero más que el ser irremediable, y extraer de él la substancia
desesperada de la espantosa alegría
estupenda de poder llorarte, construyendo un mo-
numento al dolor humano, con sudor y terror
acumulado?...
Pálidos como pájaros de abril, huyeron los días dichosos de antaño o lo mismo que
cuando el cazador dispara a la bandada
asesinándola, en ademán
de criminal analfabeto, que degüella su familia,
y todo ha quedado como si el Destino
tronchase y barriese la tierra
tremenda; y si gritara,
como tú no escuchas, ¡qué extraño parecería clamando
a la soledad, con estupor macabro!; cuando los dos éramos jóvenes, los dos éramos pobres
y heroicos y tú eras tan linda como un nido de picaflor, la basura de la literatura se nos
venía rugiendo encima con su alud sub-azul
de degenerados precoces y terribles, con condecoración inferior, y el vecindario nacional
provinciano, nos desconocía, bastaba un pez popular para la olla familiar, y alguna vez estuvo con nosotros, cuando la primavera oceánica de Valparaíso, rugía de amor y de pasión, desnuda, en la "Subida del Membrillo"
y yo tallaba a "Suramérica," pero nos reíamos
porque estábamos juntos en la gran soledad
del mundo, o el crepúsculo
universal de "La Cisterna" nos coronó de agrestes e ilustres
laureles melancólicos, el eslabón sudado del trabajo y saboreamos, asada, la castaña en la chimenea familiar y el gran vino caliente de entre junio y julio, criando grandes artistas;
voy a levantar un monumento
de lágrimas, a la gran estatua mediterránea que te hiciste
con
tu vida y con tu obra, cantando
en todo lo alto y lo ancho de la época, con tu voz de tórtola de oro, y me van a escuchar un milenio, como el último y el único de los enamorados; afuera está la tierra inmensa, aquí estoy yo contigo,
aquí en este enorme "epicentro
de tormenta," aquí, "parado, estupefacto," solo como toro, contra todas las cosas, diciendo
lo mismo abajo, y diversificándome,
como los poliedros del diamante, en las metáforas,
presente, siempre presente, como el soldado de Pompeya, tallado en la eternidad,
con la patada del terremoto en la boca; pero el pecho de la eternidad es inexorable.
Soy la voz
y el resplandor de las
muchedumbres, la verdad
popular de las multitudes, el oleaje épico, formidable y contradictorio de las altas y anchas masas, y moriré
solo, transformé el poder del pueblo,
en verbo, en valores y categorías y moriré solo,
fui el único que di lenguaje a mi época, haciendo mito del hecho y del sueño de los
pueblos, y moriré solo, gran amiga mía; mi vecino habla mi lengua, y sin embargo,
no me entiende,
escucha mi actitud, aprieta mi mano acerba y soberbia de sencillez, como el lomo de un buey, acerca a su corazón el corazón que me está sobrando y es como si le hablasen desde la otra orilla del mundo un lenguaje que viene saliendo
del
infierno con la cabeza de Dios incendiándose, y soy yo mismo entonces, entonces
soy yo mismo, quien emerge de su tumba y da gran espanto al ser humano, como
sudando y llorando eternidades, y piedras de fuego, terroso, tenebroso, telarañoso, pues, indiscutiblemente, el finado soy yo, surgiendo de entre todas las tumbas, desde que
moriste;
sólo
que
como
los
monstruos
antiquísimos,
nos
sumergiremos
en
la
historia, nos haremos piedra, y saldremos a conquistar la antigua libertad perdida, cuando los paisanos contemporáneos, los antologistas castrados o degenerados y el crítico hermafrodita, no sean ni sombras errantes de los inmensos mundos poéticos
que
no tuvieron el coraje varonil de intuir contra sí mismos,
cuando tú y yo cantando
los forjábamos.
Es la época del robot infernal y las carnestolendas, el tiempo del miedo, la gran
etapa negra del yoismo, del arribismo,
del oportunismo en la que la araña metafísica le da baba mamaria al caracol, y un murciélago forja la trampa; el complejo de inferioridad
y de resentimiento
es
la
gran
escala
de
sombra,
por
la
cual
los
sapos
hinchados, como prelados, ascienden y descienden
solemnemente, acariciados por
ambidextrados terribles y feroces, y rapaces crepuscularios que destilan la teoría en
alambiques-recipientes, que eran obscuros y horrendos monarcas o dioses caídos en
la domesticidad o el comercio de rameras; todo como roto por adentro, vacila en la
nacionalidad, y bifrontes encapuchados van a fusilar
a sus líderes, en función
de que ellos precisamente
fueron sus cómplices; pero la policía tenebrosamente internacional
y espantosamente amarilla,
chorreando sangre y muerte, muerte y sangre, sangre
y muerte por el hocico de hiena, sonríe encima del horror del dolor del pavor del sudor del temor y se santigua,
con todo lo helado del antiguo nazi, acumulando una gran patada en todas las bocas del sirviente que la babea sublimándola; entonces, los
quiltros tiñosos que parecen sombras se arrojan contra los héroes, y por un héroe contra un héroe, una multitud turbia de guiñapos que escriben, se lanza a las cucharas, atropellándose; ha llegado el instante feroz del "mucho grande lloro," todas las tablas
de salvación se han caído al abismo y sólo navega la doctrina
en un mar de horrores
descomunales, en el que aúllan horrendas cabezas cortadas, se desgarró el socavón de
las lágrimas y hasta las panteras lloran; ¡oh! antiguo, acribillado corazón, ¡oh! amor
sangrador y categórico, ¡oh! pasión-resplandor, apuntálame
en tu recuerdo, como a
un antiguo altar caído.
Poniendo en la pequeña
empresa un coraje descomunal, tranqueo los pueblos
acerbos con el afán tronador de reencontrarnos, y el ciudadano
del vecindario
comunal, departamental, antiquísimo,
insurge de entre las
ruinas
heridas como un lagarto del pasado, porque a cuarenta años de distancia
el corazón de Chile está marchito, y copretérito, está caído, como el antiguo zaguán de la casa de Talca y todo ser humano
me
parece extraño,
a mí que soy quien entiende
lo que no entiende el que no entiende;
¿todos están muertos? todos están muertos, y el muerto principal soy yo, yo mismo,
íntegro, porque murió mi tiempo, cuando murió mi sueño y el objeto de mi vida, tú,
LUISA ANABALON SÁNDERSON; ahora, la inmensa capital metropolitana del
Gran Santiago,
me parece un mar sin navíos, sin pájaros, sin viajeros, un mar sin mar, obscuro y desesperado, en el cual la miseria relampaguea
en la oquedad, a la manera
de las astillas
de los barcos, lanzados contra los acantilados de las playas remotas del mundo; un aroma a bodega de hacienda
de viuda, lejana, abandonada entre tinajas
de antaño, asciende
del país silvestre; y cuando yo ando, estoy seguro de despertar con las pisadas, las antiguas edades y los sepulcros viejos del pueblo,
que no comió y murió luchando
por la felicidad ajena.
Existo porque escribo
recordándote, y como voy solo, disuelto en la multitud, la
Humanidad
me circunda;
a la orilla del nombre
que tú
legaste a las generaciones, mi canto de macho silvestre, por los siglos de los siglos de los siglos, estará presentándote armas, a la espalda de tu figura, acompañándote en la orfandad oceánica de la
materia, y aunque no me escuches,
nos encontraremos en la historia; definitivamente unidos nos van a recordar, e inseparablemente, de tal manera categórica, que vamos
a caminar juntos adentro del ser humano, surgiendo
como una canción roja en los hogares a la salida del sol; seremos como potreros entrebolados
en los que cantan
las calandrias el gran poema del regadío, como olorosos hornos en donde se cuece el pan y el arrayán derrama su aroma a montaña de Chile, debajo del parrón sonoro,
como
el coche enorme tirado por caballos enjaezados a la moda antigua,
como bodega con tinajas de fantasmas,
en la cual resuena la voz inmensa de los antepasados, por
adentro de las vasijas y la artesanía colosal de los toneles,
como piño de yeguas y de
potros que relinchan saboreando el agua de plata, como un bosque de boldos o de peumos, en donde zorzales y bandurrias o la lloiquita
apuñalada, dan la sensación
verde del régimen forestal de la República, como un grande navío triste, con velas azules y gigantes,
blindado con oro y rojo de sol caído, como la vieja posada comunal, departamental,
provincial, con
comedor oceánico, rumoroso y poderos
de tradición,
y el
cual
olía
a familia desaparecida,
como
el
gas
invernal
del
fin
del
siglo,
como
aquella gran carreta
de
las
cosechas
crujiendo
Doñihue-adentro con viejos aperos
de montaña,
como la guitarra o la mediagua
del olvido, por cuyo inmenso corazón camina la niña que falleció antaño y ogaño es un romance antiquísimo; el sueño del
lenguaje como un ilustre toro, bramará por nosotros, sujetándonos a la historia
del hombre con una gran cadena de fuego.
Monarca sin cabeza y con corona, un sapo rugiente y rojo afuera, negro por adentro
de la egolatría,
mañoso y famoso, capitanea
la conspiración de los sub-hombres, con
la panza ahíta por el comercio del infierno; llagada la condición
humana, el común
denominador social de la literatura se arrastra como un cerdo en su pantano; Chile está triste, desintegrándose en quemante y flagrante
estupefacción, y aquellos
enormes demonios
que empujan la patria rajada al abismo, arrastran la carcajada como un
ponche terroso y crepuscular, a todo lo largo y lo ancho de la historia republicana.
De tumbo en tumbo va el dolor rodando nación abajo, entrechocándose contra
la memoria de sus mártires asesinando pueblo asesinado y
enormes
capitanías,
y prefabricando fantasmas a los que convierte en palancas
y en estatuas
que se están
pudriendo en los caminos, y el que nació con vocación de campeón, es vejado, calumniado, encadenado por la guillotina de las minorías, que conspiran contra los
líderes y los héroes, todos infinitamente
solos; debajo voy sudando sangre, actuando con el frenesí atroz de los desesperados, sin perseguir nunca sino sombra, es decir, a
la carrera desaforada
por la libertad definitiva, y no obstante enfurecido por andar
vecino el invierno total de la vida; se desgasta la pena, el corazón, la vida y los zapatos,
el esqueleto y el pensamiento, todo es viejo en mi alma y la aflicción
copretérita, la majestad subterránea del ser consciente, lo arcaico
catastrófico me persigue
por adentro subrepticiamente, clandestinamente, tenebrosamente encadenado a la tragedia
nacional,
en la tremenda obscuridad que relampaguea sin interferencias, abierta como el hocico
de un león herido
en los desiertos, y nunca más nada me ha de suceder en el amor, ¡oh! esposa y amante; voy andando como quien escucha
desde la otra orilla del mar un canto
muy hermoso y muy antiguo, que remece las montañas con furor, y sin embargo es lacustre e imponderable como un pecho
de paloma; la verdad colosal
de tu figura se parece
a una encina o a una higuera de oro, y aunque siento rugir tu corazón entre las grandes
estatuas del mundo, y eres una madre universal,
tu voz de niña da la tónica color violeta,
color ciruela, color botella,
y cantan las tórtolas del sol en el filo de las espadas;
una gran orquesta
mundial rodea tu sepulcro, envenenado
de angustia, siento como hueso su enorme canto material, y me enrollo de dolor para dar un salto en la nada; escritor
acosado e iracundo, poeta con solvencia de eternidad en lo heterogéneo del ser, fiera sin patria, no comprendo cómo comprendo con tu ausencia a cuestas como un muerto, cómo ando ni cómo
hablo después de haber caído al abismo contigo el estilo y el destino
físico de mi espíritu, todo mi cuerpo,
que es toda mi alma,
a espaldas de la tierra
vacía, y acepto que pensaré únicamente escribiendo mi testamento; tal situación es indescriptible como el
mundo, y a la manera del filo de la navaja divide dos edades y dos ámbitos,
a cuya orilla aguijonea la muerte y la muerte ocupa los dos extremos, todo y solo la muerte; a cada palabra le responde
un eco inútil, y se me enreda la lengua atropellándome el lenguaje
como un piño de toros que viniesen derrumbándose, poniente-adentro, con los vestigios
de la humanidad
entre las patas, mordiendo el sangriento arenal de un universo sin salida;
y cuando
voy tallando cantos
de cuero de diablo,
por desesperación y régimen, me piden
copihues de sol las hienas risueñas de la literatura.
A la orilla del mar de la hemiplegia
y el infarto-cardíaco nacional, abro los brazos llorando y estrecho vacío inmenso; actúe como actúe, mi barco irá a naufragar
lo mismo y caerá de pie o hecho pedazos, de rodillas ante tu recuerdo, por cualquier
camino que vaya, porque no hago, andando,
otra ninguna cosa sino avanzar hacia
la tumba; se nace, se sufre, se muere y como soy ya como añoso naranjo de provincia,
toda ilusión está perdida y todo pabellón roto y pisoteado; aquellas hermosas
muchachas que parecían la pajarería otoñal a la orilla de tu juventud melancólica de niña-genio, son apenas hoy polvorientas
y desplumadas señoritas
de tristes romances,
abuelas de ausencia
y pretericiones, con muchos difuntos en la cara y toda una gran época despedazada en el corazón
habitado por pájaros muertos, mujeres de antes, ya
heridas por tantos espantos con años helados y crepusculosos, y es exactamente lo mismo que, idos parientes
y recordaciones,
arribar a alojar a la soledad de la aldea
natal en la que el único amigo es el último murciélago del panteón, porque todas las formas de la vida, vividas fueron; adiós en este instante, WINÉTT querida,
adiós, por el momento, adiós a la manera de aquéllos que partían a la guerra y al retornar venían transformándose en religiones...
1 Tercera parte (III) del poema "La gran congoja o el lenguaje
inexorable," en: Pablo de Rokha, Idioma
del mundo, Santiago: Multitud, 1958, p. 75-87.
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