TRIBUTO A LA ENVIDIA
XIV
¡Cuántas
flores de variados
colores reían en el jardín! Entre todas ellas
levantaba orgullosa su frente una azucena
que la noche anterior a la pálida
luz de las estrellas abrió
su corazón. Más de alguna miraba con envidia la inmaculada blancura de sus pétalos y
la flexibilidad de su tallo. Alguna tejió redes a su alrededor; otra sonrió exclamando: Esa blancura no es propia,1 se la da el reflejo de la luna; y otra: La flexibilidad del tallo es fingida, la imita del junco; y aún otra:
Su pureza es mentira,
los jazmines la han besado
en la sombra.
Y hubo entre
las flores serias un sangriento comentario.
La aurora tendió su manto diáfano
de gloriosa recompensa hacia la azucena
virgen2 que aún ignorando su belleza fue acusada de haberla robado.
Algunas flores hicieron coro a la aurora, que regalaba
luz a la azucena, con reconcentrada hipocresía.
Un jardinero vulgar se paseaba con insolente displicencia3 entre las flores.
De pronto sus ojos se fijaron en la azucena
y sonrió. -¡Imbécil,
exclamó, tan tranquila
te ostentas cuando un movimiento de mi mano aniquilaría tu orgullo!
Extendió su mano y en un momento de inconsciencia infantil
y de vanidad extrema,
quebró el débil tallo y la hermosa cabeza
desprendida la arrojó junto al camino.
Las flores se miraron entre sí, habían sido mudo testigo de un crimen que no sancionan las leyes de los hombres, y para ellas
la aurora hubo desaparecido para siempre y
todas se inclinaron, en una noche perpetua,4 a consolar a la azucena
que sin sus caricias acaso se marchitaría solitaria y avergonzada...
-"¡Qué malo!
¿verdad? dijo una rosa marchitada, a mi hermana
la llevó en el ojal y
a ti ni aún de eso te ha creído5 digna."
Céfiro, poeta por naturaleza, cruzó el camino y viendo a la azucena la recogió con
unción exclamando: "Eres
bella."
-¿Qué ha dicho?-
preguntaron las flores.
-Callad, callad, contestó la azucena, dejadme saborear la belleza de las bellezas, a
solas. Céfiro que todo lo sabe ha murmurado
a mi oído6 el más bello consuelo que flor
alguna podría crear. Dejad
que el eco de su voz
querida como un murmullo eterno cante en mi oído7 su canción.
Y la azucena que junto al camino creyeron dejar esperando a la niveladora muerte, sólo8 pagó
tributo a la envidia y dentro de un vaso cristalino lleno de vivas aguas de
amor sonríe a una nueva vida y acaso
habrá de florecer hasta la eternidad...
1 Sin
coma, p. 114.
2 "vírgen," p. 114.
3 "displiscencia," p. 114.
4 "perpétua," p. 115.
5 Sin
tilde, p. 115.
6 Ídem.
7 Ídem,
p. 116.
8 Ídem.
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