La obra
La crítica
Poemas dedicados por Pablo
Cartas inéditas y otros
Galería

 

 
Horas de Sol


La obra


Portada

 

 

 

TRIBUTO A LA ENVIDIA


XIV


¡Cuántas flores de variados colores reían en el jardín! Entre todas ellas levantaba orgullosa su frente una azucena que la noche anterior a la pálida luz de las estrellas abrió su corazón. Más de alguna miraba con envidia la inmaculada blancura de sus pétalos y la flexibilidad de su tallo. Alguna tejió redes a su alrededor; otra sonrió exclamando: Esa blancura no es propia,1 se la da el reflejo de la luna; y otra: La flexibilidad del tallo es fingida, la imita del junco; y aún otra: Su pureza es mentira, los jazmines la han besado en la sombra.
 
Y hubo entre las flores serias un sangriento comentario.
 
La aurora tendió su manto diáfano de gloriosa recompensa hacia la azucena virgen2 que aún ignorando su belleza fue acusada de haberla robado.
 
Algunas flores hicieron coro a la aurora, que regalaba luz a la azucena, con reconcentrada hipocresía.
 
Un jardinero vulgar se paseaba con insolente displicencia3 entre las flores.
 
De pronto sus ojos se fijaron en la azucena y sonrió. -¡Imbécil, exclamó, tan tranquila te ostentas cuando un movimiento de mi mano aniquilaría tu orgullo!
 
Extendió su mano y en un momento de inconsciencia infantil y de vanidad extrema, quebró el débil tallo y la hermosa cabeza desprendida la arrojó junto al camino.
 
Las flores se miraron entre sí, habían sido mudo testigo de un crimen que no sancionan las leyes de los hombres, y para ellas la aurora hubo desaparecido para siempre y todas se inclinaron, en una noche perpetua,4 a consolar a la azucena que sin sus caricias acaso se marchitaría solitaria y avergonzada...
 
-"¡Qué malo! ¿verdad? dijo una rosa marchitada, a mi hermana la llevó en el ojal y a ti ni aún de eso te ha creído5 digna."
 
Céfiro, poeta por naturaleza, cruzó el camino y viendo a la azucena la recogió con unción exclamando: "Eres bella."
 
-¿Qué ha dicho?- preguntaron las flores.
 
-Callad, callad, contestó la azucena, dejadme saborear la belleza de las bellezas, a solas. Céfiro que todo lo sabe ha murmurado a mi oído6 el más bello consuelo que flor alguna podría crear. Dejad que el eco de su voz querida como un murmullo eterno cante en mi oído7 su canción.
 
Y la azucena que junto al camino creyeron dejar esperando a la niveladora muerte, sólo8 pagó tributo a la envidia y dentro de un vaso cristalino lleno de vivas aguas de amor sonríe a una nueva vida y acaso habrá de florecer hasta la eternidad...
 
 
 

1 Sin coma, p. 114.
2 "vírgen," p. 114.
3 "displiscencia," p. 114.
4 "perpétua," p. 115.
5 Sin tilde, p. 115. 
6 Ídem.
7 Ídem, p. 116.
8 Ídem.