DOS CEREBROS
XV
El estanque tranquilo y apacible hacía que la superficie de sus aguas reflejaran
los nenúfares que crecían a sus orillas.
Con paso lento,
la mirada vaga, con un libro de filosofía bajo el brazo, el sabio
marqués caminaba dejando en libertad su pensamiento que, como espirales
de humo, traspasaba quizás los
umbrales del misterioso país de los Ensueños.
Entonando la eterna canción de los bosques la pastora María sueña con castillos encantados y príncipes de regias1 vestiduras. Nada sabe del mundo
cuando impregnada
de místicas ensoñaciones se apodera de ella el éxtasis que embarga a las almas que saben
de la contemplación.
Se encontraron, se acercaron, sus miradas
se confundieron, sus espíritus
en una muda comunión
se elevaron y, sumidos
en una idealidad sin límites
pasaron algunas horas dignas de ser eternales.
Las sombras del atardecer
caían.
El adiós2 que separa a la vulgaridad los separó con ironía cruel.
-¡Si hubiera
sido marquesa!3
-¡Si hubiera
sido pastor!
Ni una mirada hacia atrás, ni una lágrima...
¡Oh cerebros
que aún pensáis4 en
las distinciones de cuna!
¡Cuántas veces el alma que nació para comprenderos pasó junto a vosotros y la arrojasteis
con desdén!...5
1 "réjias," p. 120.
2 Sin
tilde, p. 120.
3 Sin
signo final de exclamación, p. 120.
4 Sin
tilde, p. 120.
5 Ídem,
p. 121.
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