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LA FRIVOLIDAD DE LAS PALABRAS



II

Se ha levantado una bruma, fría como la inconmovible monotonía del vivir, triste como mi pensamiento.
 
Llega a mí en ecos dolorosos la frivolidad de las palabras. Ha cesado todo murmullo y me pregunto si tocarán a muerto. Cuando la lengua enmudece es porque el pensar se abisma sin comprender.
 
Gritar para hacer prevalecer una idea no conduce a nada. ¡Es tan necio aquello de querer parecer comprensivos ante los que no nos comprenden!

*


Van las horas cayendo sobre el recuerdo como plumilla de nieve.
 
Las alas del sentimiento, cargadas de ironía, no pueden tender el vuelo a las explo- radas regiones del pasado.
 
El fuego ha vuelto cenizas sus últimas palabras de amor y los últimos ecos de mi pensar cristalizado en el papel.
 
Tiembla la llama aún viva del posible canto que llegará hasta él.
 
Mis anhelos se me figuran pájaros embalsamados. Ojos sin luz, alas sin movimiento.
¡Oh, esos anhelos nunca llegarán hasta él!
 
-"Se operará el milagro de las rosas, dice una voz en la bruma; tu alma alcanzará
la gloriosa resurrección del Ideal que ha muerto."
 
No, voz extrahumana. El milagro de las rosas se ha operado ya y el que yo espero es otro; acaso sea el Amor creado por mi espíritu entristecido; suave como un corazón que lo acogió y fuerte como los brazos que lo levantaron.
 
Un milagro de Amor, un sentimiento que no usurpe el gran nombre comprendido tan solo por aquellos que saben sentirlo bajar desde la cima del Calvario hasta el rincón secreto que llevamos en el fondo de nuestro corazón.
 
No responde la voz y la bruma, hada buena, humedece mis mejillas ardientes. ¡Cómo evoco lágrimas de las que hace tanto tiempo no puedo derramar!
 
Mi perenne dolor seco y tranquilo, nació de un choque rudo con la vida, se nutrió con convicciones fatalistas y con vulgaridades ineludibles. Antes de formarse y ser un completo dolor fue una forma imprecisa de idealidad. ¡Tantas circunstancias, tantas vagas influencias que descomponen los sentimientos en vulgares estados de alma!
 
Si yo pudiera desentenderme de las pequeñeces que me rodean y ellas no me hicieran sufrir, mi dolor inicial sería más bello de lo que es, porque dependería sólo del principio que lo formó.
 
Estamos tristes porque el sol no ha brillado y nos inducen a que debemos olvidar esta tristeza para pensar en una más vulgar.
La frivolidad de las palabras deja incompleto el razonamiento de mi meditación. Cuando nuestras almas se comprendieron enmudecimos; nos bastaba el solo pensamiento que nos unía, por razón.
 
No recuerdo largas frases de sus labios ni de los míos y aún en aquella tarde trágica en que nos despedimos para siempre, muy poco nos dijimos con la palabra.
 
La tierra pareció florecer bajo los pantanos, los árboles sin hojas se cubrían de un follaje de ilusión y nosotros, como pájaros asustados, nos cobijamos bajo él.
 
Las enredaderas de invierno, las piedrecillas humedecidas por la última lluvia, oyeron el final de una historia que no habré de contarte a ti, lector curioso, porque la frivolidad de las palabras le quitaría su belleza.