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Horas de Sol


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SED DE IDEAL


IV
 

 

He buscado mi Ideal, fantasma que se transforma a cada instante, como las horas del día.
 
He buscado en los ojos de los humanos, como una obsedida, algo que pudiera fijar mi atención por algún tiempo. He tratado de interpretar la impasible serenidad de algunos y la febril ansiedad de otros.
 
Ojos ha habido que por su verde color no sólo han sido para mí mar, esperanza, sino locura de belleza; ojos negros como la noche que no sólo han sido abismos, sepulcro de ambiciones, sino desesperación de anhelos, cielos infinitos de sin igual pureza, que me han desdoblado trágicamente al obtener en ellos la paz de los sacrificios consumados. En todos ellos ha vagado mi espíritu, brizna pasajera que tiembla al menor soplo, para irse lejos en busca de algo nuevo que lo haga estremecer de placer o de dolor.
 
El desasosiego de lo incomprendido, la curiosidad de lo que no se ha vivido: he ahí la vida.
 
Cuando pienso que puede llegar un día en que habré de saborear la Belleza encarnada en las humanas pasiones, siento una angustiosa y torturante inquietud.
 
Barco sin rumbo es mi existencia que no deja caer el ancla que la fije por un instante. Mañana, me digo, y espero... ¿Llegará un día en que cruzaré los mares, veré otros ojos y beberé vida?
 
Amado mío, ante mis ideales, desapareces, te confundes, eres una cosa tan pequeñita y apenas1 necesaria, que te comparo a un maletín de viaje que quedara olvidado en un wagon.2 Me harías falta un instante, pero podría comprar otro mas nuevo y acaso que encerrara muchas cosas que tú no tienes.
 
Anoche te miré fijamente y te expresé mi pensamiento. Me llamaste loca, ¡loca! Tienes razón,3 loca soy porque no puedo seguir viviendo la monotonía del vivir; loca, porque pienso que si me amaras, satisfarías mi capricho, muriendo, para que yo viera tus ojos a través de la inmovilidad trágica de la muerte. Acaso ellos, así como reflejaban anoche las lamparillas eléctricas del salón, reflejarían el más4 allá... mejor que aquellos ojos azules que no miran el sol.
 
Ya no soy, amor mío, la muñeca que creíste5 contentar con unos cuantos besos a la caída de la tarde; ya no soy la pequeña mignon que comía bombones en tus rodillas, mientras con sus manecitas ensortijadas te cerraba los ojos; ya no creo en los duendes ni en los espíritus que se empeñan en contarnos cosas de ultra-tumba; pero sí creo en mi fantasía, creo en mi alma que, siempre fiel a esta cabeza de rizos negros con ojos soña- dores, tan pronto vaga en las arenas vírgenes de un desierto como en jardines floridos de flores y de fulgores de luna.
 
 

 
1 "apénas," p. 45.
2 Vagón.
3 Sin tilde, p. 45.
4 Ídem.
5 Ídem.