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LUNA DE VIENTO Y NOCHE

  

Si clara, pacificadora y benévola,
si oscura tentadora, imantada, cruel,
densa para los pájaros, apretada de lo húmedo,
externa para los sembrados y los frutos,
interna y cálida para el cuerpo cansado.
 
Salir a beber la noche desde lo alto,
a escuchar su sombra y el arpegio de su imagen,
abrazar la hechicería de las estrellas,
echar al viento el barco de oro de un pensamiento.
 
Aisladora, fresca, trinada y absorbente.
Lo blanco más blanco,
lo oscuro más oscuro
y asesinadora de espíritus.
 
La miramos siempre de espaldas,1
como el mar o las mesetas del cordero,
siempre con el corazón azul
a emprender una larga ruta
que comienza en las uñas de los pies
y estalla en la raíz del cielo.
 
Ningún misterio le es ajeno,
su sal es metálica,
y dulce, tanto, su caña y su fuente.
 
Cuando salgo al encuentro de la luna
se multiplican las águilas nuevas y las aguas,
el mar se enternece,
el huracán sonríe a la montaña,
mis dedos improvisan un sudario.
 
Son esas historias redondas, achatándose hacia el Norte
las que dan origen al rayo, varón irreparable.
 
Ojerosas y desveladas criaturas,
ya es la hora de entregar todas las canciones
al sepulturero nocturno
que pasa tallando con su hacha la tiniebla.

 
1 Sin coma en Oniromancia, p. 42; SYD, p. 123.