DOMINGO DE SANDERSON1
Cierro los ojos
anticipándome a lo definitivo, y la ventana del tiempo se disgrega,2
vienen ellos y ellas, tú y yo, nuestros hijos, y
vosotros todos,
se ha vivido el destino y la forma: marfiles, corales,
ébanos y estrellas.
Inútil
añoranza, inútil afán de insecto laborioso y alas de agua,
vidas que se precipitan del cerebro al mar y del mar
al cerebro,
allí estáis vosotros, aquí estamos, allí estaréis vosotras un largo año.
Como el viejo Domingo
Sanderson3, mi abuelo,
en la cuadrada plaza de provincia,4
soleada plaza con pesados árboles y pájaros municipales,
soledad y polvo, en las carreteras, en las puertas,
en los campanarios,
soledad y polvo en
las almas de los muebles y los tristes,
mirando cómo emigran los murciélagos que traen tiempo y miedo.
Porque una vez,
entre siglo y siglo,
vivió y murió entre libros
y sueños, entre libros y espanto,
entre libros y brujería, y demonio y sacrilegio,
en el cual Voltaire,
enfundado en una roja capa muerta,
miraba enjuto y pálido, lleno de ángulos y fosforescencia prohibida,
-libros y sueños,
libros y libros- maldición y conjuro.
Hijos,
voluntades dispersas, enfermizas, criaturas
de dolor y de rencor,
ajenas, esporádicas criaturas con un
nombre en el extremo de las uñas.
Tres o cuatro fechas y en la memoria de algunas estampas,
una visión equívoca,
eso, de Domingo
Sanderson, el políglota,
libros y libros
a la espalda, con ellos de casa en casa, libros
y libros y libros,
con ellos de pensión en pensión, encajonados,
llovidos,
rodando, acumulados como piedras de piedra,
dolor y cansancio y libros, escrituras y escrituras en caligrafía de dolor y sueños.
Setenta y anchos cuatro años sobre la irrealidad,
setenta y anchos cuatro años de combate sin combate, de duda;
LOS SUYOS,
maldicen el cadáver;
los libros amontonados
no hablan,
los libros deshojados
como castaños, son quemados,
y el cuerpo solo, marmóreo, inmutable, desciende solo y sin libros,
solo, absolutamente solo, inútilmente
solo,
con el abecedario entre
los dientes.
Abro los brazos estrechando
lo inútil inconmensurable:
mitos, libros, ríos, libros, desengaños, libros,
libros, libros,
tú y yo entre los doscientos crepúsculos...
1 Domingo Sanderson, abuelo materno de la autora, políglota
y gramático irlandés, traductor de autores
griegos clásicos, como Sago de Lesbos y Ovidio. Reconocido librepensador de la época.
2 Sin
coma en Oniromancia, p. 19; SYD, p. 102.
3 Sin
tilde en Oniromancia, p. 19; con tilde en SYD, p. 102, aunque a lo largo
del texto no la mantiene.
4 Punto
seguido sin la mayúscula consiguiente
en Oniromancia, p. 19; lo mismo en SYD, p. 102.
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