MONTAÑA DEL ESPÍRITU
Con una
libertad que gime,
adherida al reino de coral
donde los cetáceos dan manzanas,
perdí mi camafeo negro
y el azúcar de las pestañas.
Todo
está en éxtasis, dormido,
el mito semejante y extraño
con una igual fragancia entre las ruinas.
Remeda
mi emoción de juncos líquidos
el terciopelo
sin piedad del horizonte.
Son infinitos los dolores ilustres
que parten el
aspecto exterior de mi suerte,
e innumerables los ecos
de
los charcos divinos.
Pero mi canción recoge
el diapasón de la sombra que canta.
Bella
urraca del cielo,
voy,
(celeste), encuadernando
mi imagen de azahares
confundida.
Existo
para descifrar un alfabeto disperso,
agrupado
de odios explayados
sobre la multiplicidad
de los abrojos.
Mercadería tristemente arrinconada,
en mi barco de vela
azul y oro,
la poesía me defiende de mí
misma,
ahora, cuando como sarmiento de Julio
quemado en lo amarillo profundo,
te entrego un corazón adolescente.
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Elevé
mi cabeza cargada y sigilosa,
cabeza de gaviota solitaria
tendida sobre
esmeriladas corolas de ausencia.
He
desnudado la montaña
fantasmal finesecular y fría,
he acariciado los líricos romances de Chile
y su copa derramada en vano.
Catalogué
páginas de leyenda,
ensarté sarcófagos
en la punta del universo
enfrentando
la criatura y el paisaje.
Del
Norte
es, dicen los soñadores
cuando mi modulación
cae escueta y cantarina;
es sureña, afirman,
cuando los espinos
y los copihues reverberan en mi frente corsaria.
He
desentrañado el país y sus arterias,
por
eso piensan los gitanos:
trae piedrecillas, escamas saladas,
aroma en las axilas de azabache
azaleas en el
morral.
Y sólo
una visión de lunas y murciélagos
se
quiebra en mis pupilas minerales,
mientras mis manos enrojecen
por la costumbre
azul de las máscaras.
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1 No conocemos el sentido de estos puntos
suspensivos: acaso
voluntad de la autora, acaso
vacío descubierto en el texto póstumo por los editores de SYD.
2 Ídem.
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