EL HÉROE SOBRE LA HISTORIA
No
escuchan ya los tímidos caer la lluvia monorrítmica1 del Invierno
desde que en las agujas de todas las torres
futuras, tu discurso
como el lazo
de un campesino en júbilo
se enrosca y
resplandece al fulgor de la aurora.
Almas
de antepasados en corolas marchitas
se prenden en las murallas mohosas del atardecer,
olvidando pupilas
verdes,
tibias y furiosas
que se desdoblaron
sobre la muerte-símbolo-destino.
Brillan
las hoces sobre campos de espigas rosadas,
golpea en tu memoria el temporal de
los martillos
sobre yunques
madrugadores y frenéticos;
la aldea virgen y pintada abriga su silencio
a los preludios
inocentes de los pájaros, la migaja y
el pétalo.
Caminamos sobre
tu milagrosa e ilustre canción,
y como sombras de volcanes a la siga de los relámpagos
creemos balbucir las primeras palabras del mundo
cuando el espíritu desnudo admite el dulce tutelaje de
tu nombre.
Tiembla
la criatura como árbol-llama de un bosque incendiado,
prendida en el aceite perfumado
y celeste de tu cara descubierta.
¡Cómo tus puños, balas de acero,
trizaron para
siempre la quijada feroz del tirano!
Ondas
de aguas en rebelión, vientos crecidos del mar,
agitan la caudalosa vendimia
de promisión
caída desde los mármoles sagrados de tus estatuas.
La historia
vácia2 su canasta repleta de
palomas muertas,
naranjas-doncellas, claveles, caballos y soldados de horror;
pero hay algo
que se precipita sobre las bocas:
es la inmensidad de tu grito fecundo, la semilla de tu
pie entre lunas y montañas,
la consigna y el imperativo de tu ser florecido hecho luz, alimento, fuego y eternidad
en la corriente de números-ríos de nuestras venas transeúntes.
1 Una
sola r en la p. 242.
2 Conservamos la incorrecta ortografía de la autora que rescata la forma hablada chilena
del vocablo.
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