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Las aldeas interrumpen su insomnio y su energía
al tranco del anfibio armado que proyecta geometría
entre colmenas, vacadas, volúmenes y pámpanos
gentiles.
Por las comarcas ululantes sus anillos se retratan movidos
y una congoja impresionante de vid
que se desangra
lo sigue como lengua de perro
cansado entre malezas.
Las encinas inclinan el anca desolada de otros días
cuando
la espada de Núñez de Balboa unió dos inmensidades.
Entre
cintas de jade surgen fuertes matojos de
tezontle
oriental,
collares-circundantes de bondad, para mis hombros cenicientos.
Remeros intoxicados con sueño letárgico, extático, chalupas
de chanza,
flota nazarena pululan entre obeliscos y surtidores efervescentes, susurrantes.
Un temporal de cables, botes, olas, gaviotas,
fragatas, bagaje,
promueve el espasmo sobrenatural que conduce los bueyes
al mercado.
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