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¿Qué
mica de comba iluminada, bibliotecaria, prisma del éxtasis,
comenta la imagen doblada de mi rostro
marchito?
Y esas colleras monolíticas, velludas, despampanantes,
¿por qué recortan en audaces redondelas fucsias podridas,
trenzas terráqueas con límites rojizos, madreselvas y prostitutas,
discos carmíneos, consejeros personales
de lo lúgubre?
Es el bardo
que se enreda a la nebulosa de los pistilos,
al matorral y a la conciencia del presente lateral, plateresco,
la leña de lo ido, la insignia de lo incierto definido.
El que atravesó la monotonía abundante y elocuente
de los senderos enamorados
sabrá por envolver
y nutrir el balcón de los cardenales,
aquella religión de majadas que se ruedan al atardecer
cuando las mujeres
se desnudan en síntomas de cursilería,
con pájaros ufanos y flores secas
en el búcaro del vientre.
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