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En negros y tenebrosos tijerales de laurel, hacha y brillo,
donde la nube cuaja bombones,
remiendos y desparramadas fantasías,
Guatemala la dulce, la tímida capital orquestal como su pena,
alarga
su vestido democrático en profecía de acueducto venerable.
Puritanos de erotismo
con cercos de fragua y locomotoras ondinas,
en tajos de crimen, cuello y muslos sacramentales, mal agüero,
arpegio respetable de indígenas petrificados con glándulas
de alquitrán.
Me fusiono al oscuro melodrama de los leñadores septentrionales.1
El suceder de los damascos alados, conmovidos: raso santo,
clarín, aromos, jazmín y destellos habituales,
fumarolas y cáscaras livianas, convulsión,
argumentando
en definitiva la clave del oporto festivo
contra el ramo de líquenes
enfermos por sarcasmo y narcótico
sin paralelo entre los ojos.
1 Sin
punto seguido en ASA pese a
la mayúscula posterior, p. 206.
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