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La marea y sus sables abrochan un relicario egregio, de logia,
en el mástil materialista,
trizado de la tempestad y sus avispas feroces.
Lindo ciclamen, linda sonata, letanías amarillas, tajo del iris,
trapo, canela y perdón, hocico de foca virtuosa, orégano
con discursos estridentes, vaticinantes, roncos de mortaja,
van penetrando las vísceras de fósforo de museo con pellejo.
Dormito
entre turbantes y pulseras calcáreas, sin rosario,
aun cuando la luz con su monarca decadente me complace realizándome.
El peñón incendiado del crepúsculo
de esperma
se engaña vaporoso
mientras la senda afligida, atisbando su alameda
arrastra su estopa ciega apagando
candelabros fulgurantes
sobre canastos
volcados en aceitunas de Otoño.
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